miércoles, 19 de agosto de 2015
Cuando un viaje se vuelve una forma de vida.
Desde pequeño soñaba con recorrer grandes distancias encontrarme cara a cara con el peligro que involucra lo desconocido, recuerdo haber dedicado vacaciones pensando en lo que había mas allá de alto cerco de madera que encerraba la casona antigua de mis abuelos en aquel pueblo olvidado por el progreso perdido en el sur y apartado del mapa por algo que llamaron by pass, que a ratos suena a solución quirúrgica. Desde ese lugar hoy inexistente marque los mapas que orientarían mis aventuras…
Con el tiempo, la certeza de la no pertenencia, creció profundamente, de manera que aun hoy, creo, los demás no pueden ver, es como si en un rincón profundo escondido, como raíces que crecen invisibles a los ojos, existiera una realidad distinta.
La vida, se encargo de las perdidas a medida que crecí, como ese refugio que llegue a sentir tan mío, en Loncoche, junto a la línea del tren, donde me gustaba esperar las cuatro que a momentos podían ser fácilmente las siete de la tarde (con el tren nunca se sabia), pensando en los viajeros, los encuentros y los destinos, con la certeza de que el mundo era mas grande que ese sitio seguro que me cobijaba en los veranos de mi infancia, también perdí los mapas que por las mañanas dibujaba pensando en los tesoros escondidos esparcidos en ese pedazo de suelo que fue la bastedad de mi mundo entonces, así mismo como los amigos que iniciaron sus propios viajes.
Hoy si me preguntan si conozco muchos lugares, debo reconocer que mi conocimiento es limitado, pero llevo en el corazón la certeza de haber recorrido mucho, de haber observado las mas grandes transformaciones en los paisajes y las personas, me queda la certeza de la búsqueda… del ser peregrino que ha recorrido mil veces el mismo sendero, con los ojos limpios para descubrir cada piedra nueva… con la misma sensación de no ser de aquí, de buscar un lugar donde quedarse.
Al leer esto probablemente, se pueda pensar que permanecí atrapado en mis sueños, sin atreverme a aventurar mas allá de lo que se entendía por seguro y conocido, y aunque algo de eso hay, no es del todo cierto, también coquetee con el peligro, también me pare junto a vacíos profundos y crucé puentes de películas que los vientos del invierno dan vuelta.
Y aun, aunque encontré lugares que me retuvieron, me enamore de otros paisajes como aquel que el invierno cubrió de blanco y el otoño, de rojos poderosos comos si la montaña entera ardiera como ofrenda a las tardes en la cordillera, aprendí que uno vive y conoce un lugar en la medida que dejas la huella en otro, he sido peregrino, creo que aun lo soy, y las verdaderas marcas del mapa son los recuerdos que deje en otros, esas son las señales reales de que he caminado, de que he vivido.
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Una vez leí: "...para qué echar raíces si no caben en una maleta". Ciertamente son las huellas que dejamos en las personas las más duraderas y que si nos volvemos a mirarlas, nos ofrecen una fotografía de quienes somos.
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